lunes, 28 de febrero de 2011

Dos horas después

La tarde consumió su luego fatuo sin carne, sin pecado, sin quizás, la noche se agavilla como un ave a punto de emigrar. Y el mundo es un hervor de caracolas, ayunas de pimienta, risa y sal, y el sol es una lágrima en un ojo que no sabe llorar. Tu espalda es el ocaso de septiembre, un mapa sin revés ni marcha atrás, una gota de orujo acostumbrada al desdén de la mar. Y al cabo el calendario y sus ujieres disecando el oficio de soñar y la espuela en la tasca de la esquina y el vicio de olvidar.



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